Historias del Alma – Crear con el dolor – Parte II

Historias del alma Quiero aquí contar tres pequeñas anéc­dotas que muestran cómo, muchas ve­ces, el proceso creativo puede producir una cierta alquimia y transmutar un do­lor en algo bello y sublime.

La primera de ellas tiene como protago­nista a Johann W. Goethe. El famoso escritor se había enamorado perdida­mente de una joven que lo abandonó. Con el dolor propio del amante recha­zado, su vida se vio invadida por un pro­fundo dolor. Pocas cosas se parecen tanto a la muerte como el desamor, por eso no es casual que en Psicología utili­cemos el mismo nombre para el trabajo que debe hacer una persona cuando al­guien la deja de amar o cuando pierde a un ser querido: el duelo. Asediado por las imágenes de su ama­da, Goethe comenzó a escribir una no­vela en la cual un joven es abandonado por la mujer que ama, y es tanto su do­lor que se suicida. Una obra magnífica titulada Las desventuras del joven Werther, cuya lectura recomiendo. Tal fue el furor causado por esta obra que mu­chos enamorados rechazados, identifi­cándose con el personaje, optaron por suicidarse. Ante esto, que se conoció en su época como el «mal de Werther», el propio Goethe salió al cruce explicando que una cosa era que, ante un desenga­ño amoroso, alguien escribiera la nove­la de un joven que se suicida por amor; eso es hacer arte del dolor. Otra cosa muy distinta es suicidarse realmente porque han dejado de amarnos; eso es una muestra de enfermedad, si no de estupidez.

La segunda historia remite a una de las obras más bellas de la humanidad: el Guernica. Como sabemos, Guernica era una ciudad española que fue bom­bardeada y destruida por aviones ale­manes, como un ensayo de lo que sería la Segunda Guerra Mundial. Miles de personas perecieron en este ataque, y una ciudad sin ningún poder militar para defenderse fue convertida en ruinas.

Con motivo de una conmemoración de ese acontecimiento, se le pidió a Pablo Picasso que realizara un trabajo que recordase aquel horror, y el fruto de ese encargo fue esa obra genial que hoy podemos ver en el Museo Reina Sofía de Madrid. En ella, las imágenes, los rostros, nos transmiten la angustia y el espanto de una manera sublime e impactante. Hay una anécdota más que acompaña esta historia. Cierta vez, con motivo de una expo­sición que iba a realizarse, un jefe de los guardias alemanes encargados de custodiar la obra se detuvo a mirarla y le preguntó al autor: «¿Así que usted ha hecho esto?». Y Picasso, mirándolo seriamente, le respondió: «A esto lo hicieron ustedes».

guernica picasso

La última de estas tres breves histo­rias. Astor Piazzolla se encontraba trabajando en Estados Unidos. El trabajo no le agradaba en lo más mínimo. Cada noche se veía obli­gado a ponerse un sombrero y un pa­ñuelo al cuello para dar la imagen del malevo que, según suponían los orga­nizadores del espectáculo, debía tener un fanguero. Y no sólo eso, sino que los tangos que debía ejecutar también eran elegidos por los dueños del lo­cal, por considerarlos emblemáticos, y nada tenían que ver con la música que Piazzolla amaba y valoraba. Cierto día, recibió un llamado que le informaba de la muerte de su padre. Llegó a su casa, pidió que nadie lo mo­lestara y se encerró en un cuarto. Casi todas las obras que Piazzolla compu­so fueron creadas en el piano. Sin em­bargo, esta sería una excepción. A los pocos minutos, su familia empezó a escuchar una melodía triste y hermosa que surgía de las notas del bandoneón. Cada tanto, la música era interrumpida por el sonido del llanto desconsolado de Astor. Así, en una noche de llanto y dolor, vio la luz una de las más bellas obras de la música universal: Piazzolla había compuesto «Adiós Nonino».

Obviamente, no todos tenemos el ge­nio de Goethe, de Picasso o de Piaz­zolla, pero me gustaría decir que en todos nosotros está la posibilidad de hacer algo diferente con nuestro dolor. De darle una salida que tenga que ver con el arte, el trabajo, el estudio o la solidaridad. Cada quien como pueda y a su manera. Pero no es ineludible que­dar atrapado en las redes de un dolor que desmorona.

El hombre no permanece en estado de latencia. O construye o destruye, permanentemente; así funcionan la psiquis y la vida. Por eso creo que es responsabilidad de cada uno de no­sotros qué hacemos con las dificul­tades que se nos presentan. Algunos niegan el dolor y enloquecen; otros le echan la culpa a Dios o a su destino, expulsan su rabia y se desligan de la responsabilidad que les cabe en la resolución del problema que se les plantea. Pero están, también, quienes asumen la realidad, experimentan el dolor y se hacen cargo de cómo y de qué manera deciden transitarlo. Y allí aparece, para una persona, el verda­dero desafío. El de poder, en los mo mentos adversos, hacer algo diferente y creativo, para que la vida pueda trans formarse en un digno recorrido que nc esté atravesado de un modo inevitable por la locura o el resentimiento.

Escrito por Esperanza Ardal, lic. en Psicología y Tarotista en Tarot Ave Fénix