Cómo respetar los espacios y lograr el equilibrio – Parte II

Si eres de las tantas personas que sienten que compartir se parece peligrosamente a perder y no te atreves a confesarlo. Si añoras la simple libertad de mirar las molduras del cielorraso mientras tu mente vaga sin rumbo fijo, sin que nadie te pregunte: «¿En qué piensas?» y te conmine a volver a la realidad. Si estás harto, en fin, de tener que compartirlo todo y de no tener un tiempo y un espacio propios, esta nota es para vos. Compartir con la pareja sin resignar lo propio es posible. Pero para lograrlo, es preciso hacer algunos cambios fundamentales en nuestro sistema de creencias respecto de lo que es una pareja.

SI LO QUIERES, DÉJALO LIBRE

Desecha la fantasía de ocupar cada resquicio de la vida de tu pareja. Una cosa es compartir y otra cosa muy diferente es vivir pegoteados.

Pon tus necesidades de independencia en palabras y escucha también los reclamos del otro en ese sentido.

Establece acuerdos y negocia. Pero ten en cuenta que los acuerdos no son eternos. Cada tanto es preciso establecer otros pactos más acordes con las nuevas etapas que se van viviendo. Los pactos deben renovarse en todas las áreas, tanto en el de las amistades en común como con las amistades personales, en el tiempo libre, en los hobbies, etcétera. No confundas necesidad de independencia por parte del otro con desamor. Una pareja precisa una distancia óptima. Encontrar esa distancia constituye un trabajo que no hay que dejar de realizar cada día.

Para que exista el deseo de la presencia del otro, es necesario que, primero, se dé la ausencia. Nadie reclama nada de lo que se sienta colmado. Es el sentimiento de libertad en compañía lo que acerca a dos personas que se aman. Una pareja edificada sobre la renuncia constante a los propios intereses tiene prefijada su fecha de vencimiento.

Procura separar cuánto hay de legítima necesidad de compañía, y cuánto de celos y deseos de posesión hay en cada reclamo que le haces a tu pareja. Ten en cuenta que vivir de a dos no significa que automáticamente se esté de acuerdo en todo. Hay personas que precisan más independencia que otras. Aprender a conocer y a respetar las necesidades de nuestra pareja en ese sentido es fundamental para lograr la armonía.

A veces, el miedo a que el otro se nos escape de las manos por temor al compromiso es una de las razones que nos lleva a agobiarlo, a exigirle, a pedirle que nos done su vida por entero.

Aplica el famoso proverbio que dice: «Si quieres que me quede a tu lado, déjame volar». Sólo quien se siente libre en compañía tiene deseos de seguir estando en compañía.

Toma en cuenta que una pareja armónica es, entre otras cosas, aquella que sabe encontrar el equilibro entre espacios propios y comunes. Aunque ese equilibrio no se encuentre de la noche a la mañana, lo importante es comenzar a buscarlo ya mismo.

Un lugar propio

La escritora inglesa Virgina Woolf dijo una vez, desafiando la situación de sometimiento en que se encontraban las mujeres de su época, que para poder escribir novelas, una mujer precisaba tener «un cuarto propio». Se refería, por supuesto, a un espacio físico que le permitiera sustraerse, cuando lo deseara, de los ruidos y los problemas cotidianos de las áreas comunes de la casa. Pero el alcance de esta expresión va mucho más allá. Un espacio propio es un espacio virtual, íntimo, inaccesible para otro, inviolable. Y el carácter privado de ese espacio va mucho más allá del espacio físico.

Todas las personas, sin excepción, necesitamos un espacio virtual propio para vivir con bienestar, así como Virginia Woolf precisaba un cuarto propio para escribir novelas.

Cuando nos decidimos a compartir nuestra vida con alguien, esto no significa que en nombre de ese alguien debamos enajenar nuestra intimidad.

En la pareja existen áreas conflictivas en las que no queda tan claro cuál es el terreno individual y cuál es el terreno común. En general, las quejas más frecuentes que se escuchan por parte de cada uno de los integrantes de la pareja están referidas, en primer lugar, al tiempo libre y a los hob-bies que cada uno quiere cultivar en esos períodos. Y las frases que se escuchan con más asiduidad son:

•    «Él (o ella) es un egoísta. Nuestro tiempo libre es el fin de semana, y se pasa la tarde del sábado practicando natación».

•    «No se pierde un solo recital de jazz aunque sabe bien que es una música que a mí no me gusta».

•    «Detesto que use la mañana del sábado para ir de compras».

•    «Me siento siempre sola. Es un fanático del ferromodelismo y momento libre que tiene, se dedica a eso».

La razón por la que resulta tan difícil ponerse de acuerdo en el uso del tiempo libre es porque, precisamente, el cómo emplearlo no está escrito en ninguna parte; no existe ninguna ley que nos diga de qué forma debemos utilizarlo. ¿Es preciso compartir todo el tiempo libre con la pareja? ¿Necesariamente hay que planear sólo actividades en común? La respuesta a estas preguntas es privativa de cada pareja porque, como suele decirse, «cada pareja es un mundo» y cada mundo se rige por sus propias leyes, ambos acuerdan en que hay que hacer actividades en común, o bien, en que es preciso que cada uno haga lo que tiene ganas de hacer, no hay ningún problema. El conflicto comienza cuando hay desacuerdo sobre la forma en que debe emplearse ese tiempo.

En estos casos, siempre aparece el reproche por parte de uno de la integrantes de la pareja, mientras la otra parte sigue adelante con su actividad o renuncia a ella. Con cualquiera de las dos actitudes que tome, se verá forzado a ejercer cierta violencia referida a su deseo: prosigue, herirá a su pareja; si renuncia se frustrará y se herirá a sí mismo.

La solución de este conflicto implica tomar conciencia de dos puntos importante para el funcionamiento de la pareja.

•    Ambos integrantes precisan un espacio virtual propio, es decir, de soledad e intimidad que no deberían renunciar. Respetar ese espacio virtual es fundamental. Amarse no significa borrar las fronteras entre uno y otro. El deseo de «fusión» total con la pareja es una ilusión que no debe cultivarse. Aquello a lo que legítimamente se puede aspirar es a un acercamiento máximo. Y este acercamiento será tanto más estrecho cuanto mayor espacio virtual pueda reservar cada integrante para sí, es decir, cuanto más sienta cada uno que no debe renunciar a lo que le gusta, sino sólo encontrar la manera de compatibilizar sus propios intereses con los de su pareja.

• No se puede armar una pareja sin establecer acuerdos, sin negociar. Para establecer acuerdos y poder negociar, es importante poner las necesidades propias en palabras con total sinceridad, sin considerar esquemas preestablecidos. Cada pareja debe fijar su propio esquema de funcionamiento.

PARTE 3