La sublimación – Crear con el dolor – Parte I

¿Es posible atravesar los duelos sin resentimiento? ¿Cómo superar las pérdidas de manera que nos enriquezcan y nos hagan crecer? A partir del dolor, podemos transitar un camino distinto, adulto, liberador.

Escrito por Esperanza Ardal, lic. en Psicología y Tarotista en Tarot Ave Fénix

El desafío de poder hacer algo diferente con el dolor

«El verdadero desafío de las personas es poder, en los momentos adversos, hacer algo diferente y creativo, para que la vida pueda transformarse en un digno recorrido que no esté atravesado de un modo inevitable por la locura o el resentimiento».

El término sublimación es introduci­do en el campo de la psicología por Freud y encuentra su raíz en dos conceptos diferentes:

a)  Sublime, palabra con la que se desig­na una producción que lleva hermosura y grandeza espiritual.

b)   Sublimación, un concepto utilizado por la química para hacer referencia al proceso por el cual un cuerpo puede pasar directamente del estado sólido al gaseoso. Es decir, alude a un proceso de transformación.

Si bien el psicoanálisis ubica como fuente de energía de este proceso a los estímulos sexuales que, por una u otra razón, no encuentran satisfacción genital, me permito utilizarlo en esta columna de un modo metafórico para plantear la posibilidad de hacer algo diferente a partir del dolor. La gente huye del dolor como de la pes­te, pero hay que decir que, como afirma D. Nasio, el dolor es la última barrera defensiva que alguien puede levantar antes de la muerte o la locura.

el-dolor

Todo dolor implica la pérdida de un ob­jeto amado, ya sea una persona, un tra­bajo o un sueño. No importa qué, pero en el sufriente siempre encontramos eso: una pérdida que lo impacta de tal manera que su interior se desequili­bra, tiembla, es sacudido y hace que pierda la posibilidad, incluso, de sa­ber quién es y qué va a hacer sin ese objeto tan querido que ya no está. Y es allí donde aparece en nuestro auxilio el dolor, para permitirnos tramitar energé­ticamente tanto caos interno. Hace años, cuando estudiaba en la fa­cultad, me contaron el caso de una ma­dre que, habiendo perdido a su hijo, ca­minaba con un pequeño almohadón al que mecía entre sus brazos como si se tratara del pequeño muerto. Esa mujer no sentía dolor alguno, porque había re­chazado lo sucedido, y la locura había armado para ella una realidad propia y diferente de la real. En cambio, si no hubiera enloquecido, el dolor la habría atravesado como una daga, llevándola a estados de sufrimiento, de incom­prensión, de rabia y de impotencia, que son los mecanismos que se ponen en movimiento para preservar una cierta sanidad, a pesar de los acontecimien­tos de la vida que nos suelen lastimar. A pesar de lo dicho, no se trata de una alabanza del dolor, porque este puede volverse patológico si no se encuentra un camino que lo resuelva o, al menos, lo encauce sanamente.


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